¿Cómo logran los autoservicios que llenemos el
carrito cuando sólo fuimos a buscar la leche y el
pan para el desayuno de mañana? ¿O esas 3 ó
4 cosas que faltaban para la cena o algún
artículo de limpieza que se nos terminó? El blog
Food del Huffington Post hace una lista de los
señuelos que los supermercados dejan en
nuestro recorrido para llevarnos, casi
sin darnos cuenta, a comprar de más. Y,
casi siempre, convencidos de que la ventaja
estuvo de nuestro lado.
Conocer los mecanismos psicológicos por los
cuales nos hacen caer en la tentación quizá nos
ayude a resistir mejor. O, por lo menos, a caer
en ella conscientemente.
Esta es la lista:
El carrito. Se inventó en los años 1930 para
ayudar al comprador. Pero la persona que entra
al supermercado lo toma automáticamente,
aunque no lo necesite. Si la compra que
queremos hacer no es la mensual o la semanal,
sino sólo una pequeña incursión para hacernos
de 4 ó 5 cosas que necesitamos, es mejor optar
por una canasta o por arreglarnos con las
manos.
Shock de dopamina
Apenas ingresamos, bien cerca de la entrada,
están los productos de pastelería y perfumería y
otras tentaciones, que atraen por el aroma y los
colores. La idea es mejorar nuestro ánimo y que
se nos haga agua la boca. Es el momento de
pensar en la lista que tenemos en el bolsillo.
Los productos de primera necesidad, al
fondo
¿Notaron que la leche, el queso, el yogur y los
huevos siempre están al final del recorrido?
Como la inmensa mayoría de los que entran al
supermercado compran algo de esos ítems,
¿qué mejor que obligarlos a atravesar todos los
pasillos y pasar por delante de todas las
góndolas? Hay que ponerse anteojeras y enfilar
hacia el fondo sin distraerse.
Productos húmedos
Al ser humano le atrae lo que brilla, por eso los
supermercados mojan frecuentemente las frutas
y verduras, aunque ello hace que maduren -y se
descompongan- más rápido. Además, nos da la
sensación de que la mercadería que vemos es
más fresca.
Corredores angostos y música suave
Si el carrito se nos atasca en el pasillo con el de
otro cliente, no es por casualidad. La idea es que
vayamos más despacio y hagamos más
paradas, así podemos ver cosas que no
pensábamos comprar. La música suave también
nos induce a aminorar el ritmo de la marcha.
Falsas ofertas al final de la góndola
Es común ver en ese lugar productos con
precios exhibidos en grandes carteles, lo que nos
hace pensar que son rebajas cuando no lo son.
Precios sin signo monetario
Es archiconocido el truco de poner $0,99 en vez
de $1. Pero otra triquiñuela parecida es la de
omitir el signo monetario, que está muy asociado
al dinero. El cerebro procesa como más caro un
$2,99 que un 2,99.
Limitar el número de productos por
consumidor
Cuando vemos un cartel que dice "Sólo 2 -ó 5 ó
10- unidades por cliente", tendemos a pensar que
el producto escasea y, por lo tanto, compramos
el máximo permitido aunque sólo necesitemos
uno; convencidos, además, de que todo el mundo
está haciendo acopio.
Muestras gratis
Las degustaciones que nos ofrecen en los
pasillos generan en la mente un mecanismo de
reciprocidad. Recibimos y queremos dar. Mejor
no probar nada, entonces.
Al nivel de nuestros ojos
Los productos de las marcas más caras están
invariablemente alineados a la altura de nuestra
mirada, mientras que las segundas marcas y los
genéricos deben ser buscados a nivel del piso.
La excepción son los productos que atraen a los
niños y que lógicamente están a la altura de
ellos.
Siempre hay cola
Rara vez las cajas están libres para nosotros.
La idea es darnos un tiempo adicional para
apreciar las cosas que nos esperan al costado
de las cajas: gaseosas, chocolates, dulces,
revistas, etc. La espera, el hambre, el
aburrimiento o los niños nos jugarán en contra en
ese momento.
Fuente: Huffington Post