Parece que la vida misma avanza hacia una metaley de creciente complejidad. Dado que las leyes básicas de la física resultan incompletas para proporcionar todas las respuestas que permitan comprender fenómenos naturales como la evolución biológica, las novedades y la abstracción, los científicos han propuesto utilizar la Teoría de la Información Funcional, que supuestamente promete una forma de enmarcar los giros exponenciales de todo tipo de sistemas en evolución. Sin embargo, ha resultado que explicar el grado de diversificación y el resultado convolucional que está adoptando la vida inteligente no es un problema matemático ni científico, sino filosófico.
La evolución no es computable. Existen muchas más trayectorias idiosincrásicas que el universo toma que no siguen la flecha clásica del tiempo impuesta por el principio entrópico. Si bien la información en sí misma puede ser una clave para desvelar aspectos desconocidos, podría existir una flecha independiente en el tiempo capaz de definir el aumento de la complejidad.
La evolución crea constantemente no solo nuevo conocimiento contextual, sino también nuevas posibilidades para que nuestra conciencia se expanda. Al mismo tiempo, la cuestión de la no computabilidad toca el corazón de lo que hace que la vida sea tan mágica, impredecible y gratificante.